20060903

Un libro de chistes recuerda el humor durante el nazismo

'Heil Hitler, el cerdo ha muerto', un libro del realizador cinematográfico Rudolph Herzog, recuerda los chistes sobre el régimen nazi (1933-1945) y pretende demostrar que los alemanes no profesaban un culto incondicional a Adolfo Hitler.

Compilando los gags de cabaretistas alemanes de entonces, así como los chistes contados en la calle entre 1933 y 1945, Rudolph, hijo del cineasta Werner Herzog, pretende "cambiar la percepción de la sociedad de la época, debido a que las principales imágenes de ese período son imágenes de la propaganda".

En este libro de 240 páginas se repasan los chistes pro y antinazis, así como los chistes judíos, "espejo de la sociedad", según Herzog.

Las historias populares "muestran, contrariamente a lo que nos dijeron los historiadores después de la guerra, que la gente no estaba hipnotizada por Hitler y por el régimen, sino que los miraban a través", explicó. Como ese comentario sobre el "hombre nuevo, que será delgado como Goering, rubio como Hitler y grande como Goebbels", todo lo contrario a la realidad.

Algunos chistes sobre los campos de concentración demuestran asimismo que la población sabía lo que pasaba. "Después de la guerra, se dijo que la gente no sabía, pero los chistes sobre Dachau, que fue abierto en 1933 (como campo de internamiento para opositores políticos) demuestran lo contrario", aseguró el realizador de 33 años.

Después de Stalingrado, los chistes fueron más negativos, más fatalistas. "Goering y Hitler están en un barco, hay una tempestad y el barco zozobra. ¿Quién se salva primero? Respuesta: Alemania", recordó Herzog como ejemplo.

A medida que las cosas empeoraban, contar un chiste era peligroso, como muestran algunos actos de ejecución ordenados por los tribunales nazis. Así, el cura católico de Baja Sajonia Josef Mueller y una trabajadora de Berlín fueron ejecutados por una palabra dicha fuera de lugar.

Sin embargo, matiza Herzog, "los chistes en sí mismos no les costaron la vida". El cura era un opositor conocido y la mujer "tenía sus problemas con las autoridades, puesto que su marido había muerto en Stalingrado".

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